En una carta al duque de Medina Sidonia el padre francisca no Antonio Soler confesó que por su virtuosismo le llamaban “el diablo vestido de fraile”. En el monasterio de San Lorenzo del Escorial toma los hábitos y en 1758 lo encontramos como maestro de Capilla, cargo que mantendrá hasta el final de su vida. El monasterio no era únicamente un lugar de oración, cada otoño se convertía en residencia oficial del rey y su corte y abría sus puertas a la aristocracia y a las nuevas corrientes intelectuales que circulaban por Europa. En la intimidad de su celda, con su clave, cautivaba a seglares y religiosos con sonatas y fandangos, composiciones llenas de frescura y espontaneidad que representan encantadoras escenas... “¡Escuchemos atentos estas obras, pues encierran la poesía de la naturaleza y la gracia de las gentes!”, nos dice Diego Ares, un talento gallego al clave.