Concierto de León Benavente en Santiago de Compostela, dentro del Festival O Son do Camiño 2018.
Ha transcurrido nada menos que medio siglo y las cosas empiezan a cambiar, o eso parece. El régimen fascista fue agonizando sin ninguna prisa, para dar paso a una simpática transición que nos llevaría a un nuevo régimen neoliberal y aquí nos encontramos, tan a gusto y pensando si prenderle fuego a todo o si hacer nosotros de antorchas humanas. Pero esto de lo que vengo a hablar es algo que sucede ahora y no podría haber sucedido antes.
Todo empezó así: Justo 50 años después de que Franco se pusiera tonto, en marzo de 2012, a Luis Rodríguez le dejó tirado el coche cuando bajaba a Madrid desde Asturias. Era la enésima vez que hacía ese recorrido desde que se trasladara de Oviedo a la capital, un camino que los que vivimos por aquí arriba nos conocemos demasiado bien: subir y bajar el Huerna, la Ruta de la Plata, la Carretera de La Coruña. En mitad de aquello se quedó Luis, parado en la autovía dentro un Opel Corsa con más 300.000 kilómetros a sus espaldas y cargado con un bajo, un amplificador y una maleta de viaje. En el tramo que une León con Benavente, que es como decir en medio de ninguna parte, porque si miras a uno y otro lado del asfalto lo que ves es un páramo enorme. Mientras esperaba a que llegara la grúa, Luis llamó a Abraham Boba, vecino suyo en el madrileño barrio de Conde Duque. Hacía apenas un año que Abraham había publicado su álbum Los días desierto. Luis le habló de escribir canciones juntos. Boba refunfuñó primero, se rió entre dientes después y le dijo: “pero nada de canciones de amor, ya no más”. Quedaron en verse en cuanto Luis llegara. Por aquel entonces César Verdú estaba en Murcia peleándose con las mezclas finales de Alquimística, el disco de Schwarz que vería la luz unos meses más tarde. Fue el segundo en recibir la llamada desde la nada. César sería el baterista, pero también algo más: un director de sonido. Y Luis dejó para el final a Edu Baos, que se encontraba ensayando en Zaragoza algunos temas que formarían parte de El amor y las mayorías, el álbum de Tachenko que acaba de salir a la venta hace unos días en el momento en el que se redactan estas líneas. Aunque tendría el año ocupado con ese disco, todos sabían que más que contingente, Edu era necesario para el proyecto y enseguida se unió a la banda. Un alleranu, un vigués, un murciano y un maño. Suena a chiste pero es cosa seria. Todos nacidos a mediados de los setenta, trovadores y nómadas, dándose cita en medio de ninguna parte. Venían de sitios distintos y cada uno había transitado sus propios caminos por el krautrock, el pop psicodélico, el rock de autor o el folk, pero tenían que acabar confluyendo en un punto aún por definir. Aunque nadie lo sabía, en ese momento se estaba desplazando el centro de la península, o mejor dicho, se estaba gestando un nuevo estado, que era él mismo todo centro y todo periferia: León Benavente.