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Acisclo Manzano
Localidad: Ourense
Fecha: 06/11/2015 a 06/12/2015

Peza do mes de Ourense: A Dona do Museo. Acisclo Manzano

Peza do mes de Ourense: A Dona do Museo. Acisclo Manzano.

La “Señora del museo” habitó en él desde que se expuso hace más de cinco décadas; quedó en la escalera como una Vitoria de Samotracia que tanto impresionó a Acisclo y va a ser fuente de inspiración en sus obras posteriores, en los hermosos torsos de terracota en los que recoge la tradición mediterránea.
El nombre de Acisclo fue premonitorio pues significa martillo pequeño; el arma que empuñará para crear belleza, que servirá para empujar la gubia y arrancarle a la madera las labras que esconden la Hamadriade que Risco le enseñó que se encuentra en ella.

La obra y biografía de Acisclo, los premios, las exposiciones individuales y colectivas -tanto nacionales como internacionales- ocuparían varias páginas. Sus inquietudes políticas lo llevan a estar siempre al lado del obrero, a luchar en la búsqueda y defensa de la democracia, de la libertad -en la vida y en el arte-, y las inquietudes artísticas, le impulsaron a pertenecer a grupos como O Volter (reunidos en el bar de Tucho) o los Sete Artistas (Acisclo, Baltar, Buciños, Quesada, De Dios, Virxilio y Pousa).

Vivió su infancia en la posguerra, al pie de As Burgas donde hoy reciben su vapor las ninfas del relieve realizado por él en 1989 dedicado a Calpurnia Abana. Creció imbuido en la religiosidad inculcada por su madre, mirando las imágenes de la catedral y los pasos de las procesiones. Su primera obra va a ser un cristo al que seguirán otros. Realizará, -por encargo de varios curas jóvenes, entre ellos el padre Silva o el párroco de la Trinidad-, un crucificado sin cruz, otro en madera negra para la catedral y, para la iglesia de Vilar de Barrio, talló junto con el escultor Buciños, un cristo debruzado, casi descolgado de la cruz, con un gesto descompuesto, roto de dolor en una visión tan rompedora que el obispo Temiño no permitió poner al culto al considerarlo irreverente. Fue trasladado a la comandancia de la Guarda Civil y después al Museo, en donde quedaría varios años hasta que fue retirado por su propietario.

Recuerda con mucho cariño a Jesús Ferro quien no sólo abrió las puertas del Museo Arqueolóxico a los artistas jóvenes (entre otros, a los del Volter: Quesada, De Dios y Acisclo) para que se dieran a conocer, sino que también les entregó literalmente las llaves de la sala de exposiciones temporales para que dispusieran del espacio y del tiempo... tal era su confianza en ellos. Y no le defraudaron. Sus carreras artísticas despegaron de modo extraordinario; vendían todo cuanto exponían lo que les valió para poder viajar, conocer las vanguardias, Alemania, Francia, Suecia… el arte clásico, Roma, Egipto, Grecia… y hacer multitud de exposiciones. Ya no eran los “artistiñas”, estaban cambiando la historia del arte contemporáneo gallego, rompiendo con la tradición y creando nuevos lenguajes. De vez en cuando se acercaban a Ourense y hacían nuevas exposiciones. En el Museo fueron varias (tras las primeras de 1959 y 1963, hubo muchas otras como las de 1967, 1971 o 1976… que hacían convivir en ese edificio histórico a los guerreros y sedentes castreños, a las esculturas romanas de los dioses Dionisio y Mercurio o a la renacentista Virgen de Juan de Juni con los nuevos conceptos escultóricos de Acisclo y Buciños y las pinturas de Quesada, Virxilio o De Dios. El diálogo que ellas establecían se escuchaba por un público que ya conocía la voz de la tradición y que ahora comenzaba a aprender ese nuevo lenguaje que traían las voces de las vanguardias.

Del Museo llevó Acisclo unas antiguas vigas, retiradas con motivo de unas obras, que Ferro supo poner en esas manos recias al servicio de la mirada penetrante que adivina formas entrañadas en la vieja madera haciéndolas emerger.

A partir de ahí es inevitable unir la línea biográfica y creadora de Acisclo con la de Quesada que arranca en las tertulias de su juventud en Ourense en el Volter o en el Hotel Parque, con los maestros que les abren los ojos al arte y a la cultura: Risco, Otero Pedrayo o Ernesto Gómez del Valle.

Compartirán una común preocupación social y despertar político. Juntos recorrieron el mundo y descansaron en Ibiza. Caminaron de la mano por la senda de la creación con las “escultopinturas” y realizaron exposiciones conjuntas que siempre obtuvieron buena respuesta del público y de la crítica; su obra es respetada y valorada y se encuentra en gran cantidad de museos, edificios y monumentos públicos, así como en prestigiosas colecciones privadas. A los dos les gustaban las leyendas, los seres mágicos y mitológicos que tanto Xaime como el trasladan a las piezas que salen de su imaginario.

Acisclo aprendió con los profesores de la Escuela de Artes y Oficios de Ourense, Xesta, Failde y Aurelio, el Mudo y después en Santiago, con Asorey, con quien no se entendió, y Liste; aunque su mayor maestro le enseñó de forma callada y honda; el Maestro Mateo.

Sus discípulos más directos: Borrajo y su propio hijo, Acisclo Novo, con el que comparte la pasión por el oficio, las formas y el resbalar de la luz por la materia. No hace mucho expusieron juntos en nuestra ciudad.

La imaginación y las inquietudes de Acisclo, se transmiten a la madera, bronce, piedra, barro… explora, investiga y emplea técnicas diferentes de modo incansable. Su proyecto artístico y vital recoge todo lo visto y vivido desde su mirar y su sentir. La Dona do museo, los cristos, el Fray Escoba o A familia pertenecen a su juventud en la Galicia boscosa, a las sugestiones románicas y a la verticalidad. El mediterráneo hará que suelte la gubia y acaricie el barro con las manos, reflejando la luz de Ibiza en el torso helénico cubierto con paños suaves como la piel; la materia se adelgaza, las rascaduras son sutiles y la obra se desliza por la horizontalidad.

La escultura se mira, se palpa, se siente. Esta escultura de Acisclo lleva poesía que late en una materia viva, orgánica y pura. La Dona del Museo, mujer sin edad, constreñida a la verticalidad, curvatura y estrechura del tronco de castaño, retuerce los brazos en un abrazo a sí misma y se nos muestra desnuda de ropa y colores. Naturalidad suprema, sin más aderezo que los ennegrecimientos producidos por las quemaduras. El fuego y la madera la parieron, Acisclo fue el maestro cirujano que supo arrancársela al tronco. Aun sangran en los laterales los trazos de lápiz rojo marcándole el camino a la gubia. Hay partes donde la madera apenas fue tocada, respetando nudos en su original expresión, en una humilde complicidad entre el artista y la materia. La aparente sencillez y carácter artesano que emana esta imagen no oculta una concepción intelectual previa y su posterior ejecución alumbrando un misterio intemporal. Es la especie humana en estado puro, la existencia sin necesidad de historia.

Es un escultor que trabaja sin bosquejo, sin premeditación, por lo que acostumbra a realizar varias obras a un tiempo y las aborda cuando la inspiración le llega. Hay verdad en la talla, conciencia y consciencia en el proceso creador, para después abandonar la obra; la libera de sí mismo y nos la entrega.

Nuestra Señora duerme ahora en un letargo lento y apartado, soñando con una nueva escalera desde la que volver a mostrase al mundo.

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